viernes, 18 de junio de 2010

Demi-plié




“Después de notar que yo estaba simultáneamente feliz y lúcido, una conjunción no sólo rara sino imposible, ella también quiso sentir lo mismo… quiso sumergirse en un deseo concomitante de sensaciones complementarias, quiso que el júbilo que emanaba mi sonrisa fuese suyo por un instante, envidió, con ansias corrosivas que la afable combinación fuese mía... me observaba, pero sólo veía de frente a la utopía: en ese momento por vez única quiso estar en mi lugar…

Parecía iluminada desde arriba, ella y su puta aura cenital decidieron posarse hace tiempo ya en un pedestal inalcanzable, su cadencia, la estela de sus movimientos y el vástago de perfección que presumía cada vez que la música se colaba en su interior destrozaron mi conciencia y se alojaron en mi memoria... La soledad y el piano de fondo dieron paso al encuentro, finalmente el deseo conocía a la perfección, finalmente el baile nos daba una oportunidad... No contabilicé el tiempo que me llevó tomar la decisión, tal vez nunca quise hacerlo, la situación era ya lo suficientemente patética y con seguridad un registro numérico no mejoraría las cosas; y allí estaba de repente impávido sin idea alguna de lo que debía hacer... una inclinación, dos respiros, tres pasos para acortar la distancia que se percibía infinita y me lancé al ruedo, ella siguió mi marcha, la intensidad de las miradas, las pupilas queriendo devorarse, el roce de piel, la lija áspera que derramó su elixir sobre mí, y latimos, y nos tocamos: demi-plié, giro, plié, giro, relevé, giro, y su mano y mis nervios y sus muslos y los míos, y nuestras caderas y su belleza y mis ansias, y el atafago de pensamientos, de sentir, si sigo girando moriré en sus manos, si dejo de hacerlo moriré en las mías; el espejo celestino siempre se las arregló para copiar nuestro vaivén; delicado y con sigilo, rampante y brioso se ocupó de cada gesto; el piso lacado y las huellas de los que en la pista derrochan amor y ganas, el sudor de la frente y la sangre del alma fueron el cielo en el que dos cometas escribimos nuestra historia...

- ¿Puedes hacer que el tiempo se detenga?-preguntó desesperada, con el corazón en la mano.

- Nunca pensé si quiera en retar al gigante pero siento que hoy vale la pena...

¡Tic tac! ¡tic tac! ¡tic... la sinfonía compuesta por la risa y el llanto, el asombro, el miedo de soltarnos, el anhelo de eternidad, el aire que se había convertido en miel, los movimientos lentos, la sangre bullía y los latidos se hicieron intensos; el vértigo, la ansiedad y el pánico sólo eran un juego de niños comparados con esta sensación: la quise para mí y me quiso para ella y por el ínfimo lapso de tiempo logramos nuestro cometido; y la lava gelideció de repente...

tac!

...

Siempre oí que tu vida pasa en un instante frente a tus ojos en el momento justo antes de morir, pero nunca oí nada el respecto de lo que ves cuando estás a punto de vivir, cuando siendo un no-nacido te ataca el sentimiento abrumador de empezar a existir, de la génesis tuya como fenómeno en el tiempo, no te imaginas lo que produce su aliento, la caricia suave de su respiración, los aires que se entrecruzan, el frenesí, el desespero y las ganas, la embriaguez que castiga víctimas, que premia verdugos...

No contabilicé el tiempo que debo llevar mirándola, ya es suficientemente patético estar aquí, conocerla hace más de un año y no cruzar palabra enmudecido por la imposibilidad distanciadora de los amantes platónicos; supongo que la perfección no se permite dialogar con el deseo. Sentí como la envidia me corroía, quise sumergirme en la concomitancia de sensaciones complementarias, quise el júbilo de su sonrisa, quise estar en su lugar después de notar que ella estaba simultáneamente feliz y lúcida, una conjunción no sólo rara sino imposible, yo también quise sentir lo mismo.

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