sábado, 6 de febrero de 2010

Réflex




“I really believe there are things nobody would see
if I didn't photograph them.” – Diane Arbus

Ya hacía un par de meses que no estábamos juntos, y tenía sobre mi espalda el peso de varias semanas de extrañarla, casi se había desvanecido la sensación de mis ojos frente al los suyos, el abuso de mi memoria sensitiva la había convertido en un remedo improductivo de lo que otrora fuese un sistema funcional; la distancia, el olvido y el abandono nos tenían como dos extraños, y nuestra comunicación, había cesado su flujo cálido, el lenguaje común era una añoranza utópica que simplemente dejó de ser, y ahora pagaba el precio por dar la espalda, repentinamente, a lo que de mi vida hacía tener sentido, ofrezco disculpas, a veces se me sale lo huraño.

Y allí estábamos una vez más, frente a frente, ella con su mirada fija, hacia un punto distante, como cuando te quedas viendo simplemente, con el enfoque perdido en el horizonte, en el inmenso mar de vacío, blanco, profundo, atrapado en una nube de pensamientos que se pelean por el privilegio de tu atención. Yo con mi mirada puesta en ella, recordando el sentir de su cuerpo al sujetarla, mi cuerpo se estremeció, desde los anales de mi memoria, hasta cada blanco y tibio segmento de mi piel. Sentí que era la hora de reencontrarnos, que el destino había conspirado una vez más y que me encontraba ad portas de volver a ella y de que ella, regresara a mí. Me acerqué, mi pulso acelerado se sentía en cada rincón de mi cuerpo, la sangre que desenfrenada recorría mis venas me recordaba que sin ella no era igual, que sin ella, era un vestigio superfluo de mi ser. Y pasó el tiempo, y cada paso se extendía hasta donde la vista permitía, y con el transcurrir de cada segundo el momento se hacía eterno, y sentía lustro tras lustro y sentía ansias, las ansias que siente un niño por abrir un regalo, el deseo inconmensurable de terminar la espera y fundirnos en el abrazo conciliador.

Llegué a ella, y me paré ante el anaquel, que fue su letárgico hogar por tantos meses la tomé, una corriente fría rozó mi nariz, un latido gélido estremeció mi corazón. Y fue nuestro momento, en el que mi mano tocó su cuerpo, y su presencia abrumadora, se mezclo, como hacía tanto tiempo no se mezclaba, con mi ser.

Volvíamos a lo nuestro, a lo de antes, a lo de siempre, nos teníamos de nuevo, su espíritu Réflex y yo nos juntábamos para escudriñar en los rincones, para inmortalizar en un instante, el “flanêurismo” de nuestra alma inquieta, ávida de experimentar la ciudad. Atrás quedó entonces el yo huraño, y en contra de lo que por varios días fui, y con ella como testigo y compañía, marcábamos juntos nuestro regreso.
Era una tarde de mayo, un mayo de esos, atípicos en la ciudad, bañados por un sol ajeno a estas tierras, con la brisa helada de siempre y con los rostros apáticos, tímidos y reacios que me confinaron en mi habitación alguna vez. Quería gritar, o huir a otro lugar, pero por estos días, no era una posibilidad, quise preguntarle a ella su opinión, pero inmutable miraba, perpleja, al paisaje del que ahora hacíamos parte. Todo se veía en su lugar, lo estático de esta ciudad era sin duda lo que me enfermaba, porque a pesar de su technicolor, y la mezcla de sangre negra y latina de su gente, nada parecía avanzar. La vista no prometía mucho, un par de indigentes y el rastro de lo que fuese alguna vez una elegante calle Colonial, el arte povera no es lo mío, lo siento un tanto perezoso y lastimero; un poco de mierda de perro, como anuncio tácito de la realidad, como mensaje directo de lo que seguramente iba a encontrar por más que caminara.

Un par de horas, unos cuantos transeúntes que nos regalaron vistazos distantes, dos o tres intentos fallidos de obturar, pero el dilema moral que para mi representa disparar sin sentir seguro no me dejaría dormir tranquilo, ¡acá está uno de los tuyos Benjamin!, un viejo esperpento que ahuyenta la odiosa reproductibilidad, la moderna sobreproducción de la que soy víctima y sin embargo con disimulo perpetro.
Otra hora más y a esta altura ella se veía un tanto aburrida, con una curiosa expresión que mezclaba el tedio con las ansias rebosantes de haber vuelto a nuestras andanzas, la miré fijamente, y con una sonrisa tímida, callé.
Con la cercanía del ocaso mi tiempo aquí se agotaba, ya debía regresar, era una jornada más en la que las horas sucedieron, sin mayor novedad, más que la de nuestro reencuentro. Para el ojo común vivir de robarle un instante al tiempo/espacio en un papel podrá rayar en lo superfluo e insulso, pero buscar y admirar con una estupefacción fascinada la belleza de este mundo, tiene su gracia, especialmente para dos flaneûr enamorados como nosotros…